La princesa del Sinú

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En los albores del año 1515, una expedición de conquistadores españoles recibió la orden de navegar por el Río Sinú en busca de túmulos funerarios que se rumoreaba contenían oro. El río se mostraba sereno, y desde la pequeña embarcación que se deslizaba lentamente hacia el sur, se podían observar diversos animales en sus orillas. La exuberante vegetación que bordeaba el hermoso Río Sinú formaba un denso muro natural. Uno de los encargados de observar con atención la costa del río era el cartógrafo, un joven español llamado Rodrigo.

En un pronunciado recodo del río, Rodrigo divisó un movimiento entre la maleza y, sin alertar a los demás, esperó a confirmar lo que había visto. A medida que la embarcación se acercaba al punto de referencia, Rodrigo quedó absorto y sin palabras. Una increíble silueta de una joven indígena Zenú se asomaba tímidamente detrás del follaje verde, pero sin dejar de observar al barco. El tiempo pareció detenerse mientras sus miradas se cruzaban, como si estuvieran atrapados en un hechizo del destino. Emocionado por tanta belleza, Rodrigo optó por guardar el encuentro para sí mismo, marcando el punto en su carta geográfica como un tesoro que volvería a buscar.

El avance de la expedición pasó desapercibido para Rodrigo, quien solo podía pensar en aquellos profundos ojos negros. La embarcación se detuvo una hora más adelante para pasar la noche y descansar. Era el momento oportuno para Rodrigo, a pesar de los riesgos, de seguir a su corazón. Con la brillante luz de la luna como su guía, se aventuró hacia el lugar donde había ocurrido el encuentro.

En una llanura cerca del codo del río, donde indicaba el mapa, los fogones de los indígenas aún ardían. Desde su escondite entre los árboles nativos, Rodrigo divisó la inconfundible silueta de la joven de ojos negros cautivadores. Con determinación, corrió hacia ella en el momento en que se alejó un poco del asentamiento. En un fugaz encuentro, colocó su mano en el pecho y se presentó como Rodrigo, mientras ella, con temor, respondió que se llamaba Milú.

Cada vez que la luna llena se refleja en el río, mil mariposas vuelan, llevando la esperanza de que en otra vida puedan volver a unirse